Hace más de un siglo a Abraham Ulrikab, un esquimal de la península del Labrador, le propusieron viajar gratis a Europa con su familia. Hoy, un proyecto antropológico ha invitado a otros inuits a visitar las Islas Canarias para filmar un documental.

La propuesta se la hizo nada menos que un erudito noruego que, además de hacer turismo –que no creo que entrase en los esquemas mentales del esquimal–, le prometió que recibiría algo de dinero. A cambio no tenía que hacer gran cosa, simplemente dejarse ver. No se lo pensó mucho y aceptó. No siempre se le presenta a uno la oportunidad de que te den de comer sin tener que salir a cazar, debió de pensar. Por otra parte, el dinero le vendría bien para pagar la deuda de 10 libras esterlinas que había contraído con los misioneros que le habían convertido a la fe cristiana.

Así, en agosto de 1880, con su familia, compuesta por su mujer y dos hijos (uno de ellos de 9 meses), y otros cuatro esquimales, se embarcó rumbo a Europa. Todos iban a formar parte de una muestra etnográfica que iba a recorrer varias ciudades.

El zoo humano

Aunque lo que en realidad recorrieron fueron los parques zoológicos de Berlín, Hamburgo, Praga, Frankfurt y Paris, donde, sin ningún pudor, se les exhibía en las proximidades de las jaulas de los tigres de Bengala o de las jirafas africanas. Supongo, aunque no lo tengo muy claro, que también dormían en las dependencias del zoo, aunque es posible que, quizá al menos, les llevaran a algún hotel de las proximidades, lo que les hubiera permitido ver algo de mundo.

En cualquier caso, no tuvieron tiempo para ver demasiado. No llevaban tres meses de gira cuando uno de ellos murió. Muy poco después enfermó otro, al que le siguió otro y otro más, y así en pocas semanas los cadáveres de los infortunados esquimales fueron quedando atrás, en las ciudades donde eran exhibidos. La última en morir fue la mujer de Abraham. La causa de tan lamentable final fue un pequeño despiste: a alguien se le olvidó vacunarles contra la viruela, dado que esa enfermedad no existía en su tierra.

Curiosamente, Abraham, pese a ser tratado como a un chimpancé africano, era un hombre culto. En aquellos tiempos, cuando la mayor parte de la población europea era analfabeta, él sabía leer y escribir, era un consumado violinista y, pese al trato que recibía de la religiosa sociedad europea, era un cristiano devoto. Desde que embarcó llevó un diario donde fueron quedando reflejados todos los estados de ánimo que le tocó vivir en esos cortos meses. Páginas de ilusión, de alegría, de humillación, de angustia, de dolor… y de ganas de regresar a su tierra. Podríamos pensar que todo aquello fue parte de la moda imperante en Europa, y en todo el mundo que se consideraba desarrollado, que veía a las culturas diferentes bajo un prisma de exotismo que llevaba implícita una cruel deshumanización de sus miembros.

135 años después, en mayo de 2015

Sin embargo, hoy en día formas similares de comportamiento aparecen a nuestros alrededor. Bien es verdad que, como se disfrazan con las más modernas tecnologías, casi no advertimos que forman parte de la misma cepa de superioridad racial.

Así, hace unos días apareció en todos los medios de comunicación nacional la siguiente información, que copio textualmente: un proyecto antropológico ha reunido a un grupo de esquimales de Groenlandia y los ha conducido hasta las Islas Canarias. El objetivo de este estudio es observar la adaptación del ser humano de un clima extremo al que dicen que es el mejor del mundo, el de las Islas Canarias. Estos once esquimales, entre los que se encuentran desde ancianos hasta los más pequeños, han cambiado su localidad de apenas trescientos habitantes por un hotel en Las Palmas.”

Sin lugar a dudas la similitud es grande. Bien es verdad que ahora no los mostrarán en ningún zoo, sino en las pantallas de televisión, porque con este material se tiene previsto preparar un documental.

Al igual que en 1880, han seleccionado especímenes –perdón, quise escribir personas– de todas las edades, e incluso hasta el número es similar. Espero que, en esta ocasión, se hayan acordado de vacunarles contra la viruela, aunque lo que les va a hacer falta es una buena dosis de crema solar de elevado factor de protección.

No soy ni antropólogo ni un experto en turismo, pero puedo asegurar que un buen número de esquimales –o inuit, como ellos quieren que se les llame– han visitado ya, y desde hace años, lugares como Canarias. Luego “el objetivo de este estudio”, como se lee en la información suministrada a los medios de comunicación, no parece que tenga una gran novedad social, ni mucho menos científica.

Y lo peor es que cuando terminen el reportaje se emitirá y puede que alcance grandes cuotas de audiencia o de share, que es más elegante. Creo que por primera vez en mi vida voy a desear que las cadenas de televisión de la competencia pongan ese día buenos partidos de fútbol, y que el programa de los inuit no lo vea nadie.

En fin, que después de 135 años parece que las cosas no han cambiado mucho. Unos siguen aceptando ser exhibidos a cambio de un viaje a gastos pagados a un lugar exótico, y otros seguimos deseando ver el espectáculo de seres de otras culturas, sólo que ahora no vamos a necesitar desplazarnos a un zoo, sino que lo vamos a ver tranquilamente en el televisor de nuestra casa.

En cualquier caso, si alguien se entera de que un jeque árabe está preparando un viaje para ir a la Antártida en su yate de color de rosa, que me lo diga. Estaré encantado de darle todas las explicaciones que sean necesarias –incluso disfrazado de pingüino– sobre aquel continente, especialmente a las mujeres de su harén.


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Javier Cacho es físico, científico, y escritor. Comenzó su carrera como investigador en 1976 en la Comisión Nacional de Investigación Espacial (CONIE) donde llevó a cabo investigaciones relacionadas con el estudio de la capa de ozono. En 1985 se incorporó al Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) donde durante varios años fue responsable del Laboratorio de Estudios de la Atmósfera. El descubrimiento del agujero de ozono en la Antártida hizo que volviese su atención a este continente. Así en 1986 fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresaría los años siguientes, una de ellas en pleno invierno antártico, para continuar las investigaciones relacionadas con la destrucción del ozono.

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